Críticas de cine
Babylon: El milagro fílmico
Damien Chazelle obra un hito cinematográfico mayúsculo.

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Babylon llega a los cines el próximo 20 de enero de la mano de Paramount Pictures.
Damien Chazelle (Whiplash, La La Land, First Man) dirige su cuarto largometraje, protagonizado por Diego Calva, Margot Robbie y Brad Pitt. La fotografía corre a cargo Linus Sandgrende y la partitura musical es obra del talentoso Justin Huwirtz.
Tráiler y sinopsis de Babylon
Ambientada en Los Ángeles durante los años 20, cuenta una historia de ambición y excesos desmesurados que recorre la ascensión y caída de múltiples personajes durante una época de desenfrenada decadencia y depravación en los albores de Hollywood.
Crítica de Babylon
Al son del jazz infeccioso interpretado por un Justin Huwirtz en estado de gracia, los cuerpos danzan espídicos, endemoniados, poseídos por los estupefacientes que recorren sus alterados sistemas sanguíneos. Las estrellas de Hollywood, eufóricas, vapulean sus elegantes trajes y vestidos empapados en licor, friccionando con los torsos desnudos de jóvenes que sirven como animación en una bacanal infinita. Esta vertiginosa espiral de excesos, sexo y cocaína, es una de las más sinceras y titánicas radiografías de la edad de oro de Hollywood.
Chazelle esculpe un monumento abrupto e hipertrofiado que, no carente de una belleza genuina, reverencia un tipo de milagro especialmente peculiar, el fílmico. Babylon describe con nitidez la comunión mágica e inconfundible que surge entre caos y orden durante el proceso creativo cinematográfico. Realizadores, intérpretes, técnicos y todo tipo de buscavidas que habitan los sets de rodaje, se compenetran con precisión milimétrica en favor de algo más grande que ellos mismos. Se da lugar a un ejercicio de conciencia colectiva interesado en la búsqueda de lo persistente, de lo imborrable. Un salto al vacío propulsado por la ambición artística que termina resultando en algo sencillo y común: el storytelling, presente en nuestro día a día desde la antigüedad, una tradición tan imperceptible como necesaria.
Odisea sensorial
La mastodóntica composición visual, por momentos cercana a la grandilocuencia de autores como D. W. Griffith (Intolerancia), exhibe un superdotado y estilizado manejo de la cámara. Multitud de extensos planos secuencia filmados con absoluta maestría delimitan la acción en parajes inabarcables, cargados de infinidad de extras, adoptando unas dimensiones monstruosas. El look estético, sobrecargado y kitsch, reforzado por los sonidos metálicos y triunfales de ensordecedoras trompetas, es de un virtuosismo vibrante. La paleta tonal que se despliega en pantalla es abrumadora, las imágenes logran aplastar al espectador con su rotunda fuerza.
El trabajo de montaje, milimétrico y obsesivo, es parte clave del glorioso despliegue narrativo que propone el film. Sus inconexos saltos y piruetas forman parte del dulce artificio que se erige sobre las desordenadas vidas de los personajes. El desarrollo argumental, alejado de convenciones esquemáticas rutinarias, mantiene una espiritualidad formal clásica, propiciada por la segmentación explícita de las set-pieces.
El tour de force interpretativo otorgado por Margot Robbie es de una fisicidad furiosa, sirviendo así como repetidor de la odisea sensorial que encapsula cada elemento visible. Su cadencia tóxica e irrefrenable acompaña al relato, siguiendo el mismo compás rítmico, disonante y errático. El resto del reparto (Calva y Pitt, entre otros) es un contrapunto ligeramente más templado que mantiene un nivel actoral igual de brillante.
Juguetes rotos
El retrato sucio y asfixiante que se compone en el film responde fielmente al precio incalculable del éxito. Las aspiraciones frustradas acompañan a la ansiedad por escapar de una vida claustrofóbica y anecdótica. Es imparable el ferviente deseo de formar parte de esa inalcanzable constelación galáctica copada por los nombres propios de inolvidables actores y actrices. Nombres que más tarde se leerán en las suelas desgastadas de sus zapatos, inherentes a su forzada condición de juguetes rotos.
Babylon es una carta de amor al séptimo arte escrita sobre un papel desgastado por abundantes lágrimas, conscientes del sacrificio silencioso que supone formar parte de un medio como el audiovisual. Es un testamento catártico bidireccional que funciona como gran homenaje y al mismo tiempo como demostración de la capacidad destructiva de un mundo tan exigente y egoísta.
Conclusión
Babylon es una inolvidable experiencia lisérgica que recorre los lugares más lujosos y absorbentes de Los Ángeles durante más de 180 minutos. Un homenaje sin tapujos a una industria inmortal, una fábula pervertida en forma de ascenso/descenso sobre el amor desesperado por el celuloide. Estamos ante otra confirmación más del talento visionario de Damien Chazelle como cineasta. Un hito cinematográfico mayúsculo, milagroso.

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